matar un elefante
Un gato es siempre un gato, pensó,
ignorando el nombre rídiculo que le había puesto su amo,
un gato es siempre un gato
y nunca un perro, pensó
sorprendiendose de su obvia capacidad de razonamiento.
Si pienso que soy un gato, soy un gato
y píenso;
aunque en realidad sea un gato
más allá del pensamiento, reflexiono
atónito,
y aunque no piense nada,
igual soy un gato,
un gato que no piensa. Lo que no soy es todo el resto,
agregó apesadumbrado, todas las otras especies
y tambien todos los otros gatos.
Soy solo un gato, concluyó acertadamente,
y eso no cambia,
¿o cambia?
qué pregunta: si muero, cambia; si fuese gata y me embarazo, cambia; si me cortacen al medio..., cientos de ejemplos confluyeron en su cabeza, incluso los más fabulosos: y si fuera un perro, ¿qué cambiaría?,
por el momento nada cambio, si fuera un perro ladraría,
movería la cola horizontalmente,
me sacarían a pasear si fuese un perro.
Odiaría, quizás, a los gatos, los miraría moverse oscuros
en la oscuridad, les tendría miedo,
y odio y miedo
y les mostraría los dientes para auyentar sus uñas
y, pensó y pensó,
le crecía el pelo y permanecía quieto, inmóvil,
integrado a la alfombra,
ladraría, ladraría tanto
que hasta le ladraría a mi propia cola,
girando como un perro,
como un perro, como Sultán, el perro que duerme, el perro que sueña,
Sultán, y la puerta se abrió y sonó el ruido de los eslabones de la cadena, chocando.
-Sultán, a pasear –
y Sultán hablo: guau, guau,
guau.
El caracol
no tiene prisa
pero tampoco espera.
El caracol lleva su casa en
la espalda mientras construye su hogar.
El caracol está armado de paciencia, pero
su caparazón resiste el paso del tiempo.
El caracol tarda meses en recorrer un
jardín, pero en ese jardín encuentra miles
de aventuras. El caracol duerme cuando lo necesita
y en su sueño nada, vuela, camina, se sienta, ama,
pero nunca nunca nunca nunca deja de ser un caracol.
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